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“China invierte en Europa para comprar su tecnología”

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El director del programa de política exterior del instituto Brookings habla de los retos del país asíático para los próximos 20 años
THIAGO FERRER MORINI
En diciembre del año pasado, una potente locomotora diesel-eléctrica entraba en la estación madrileña de Abroñigal entre los aplausos de autoridades españolas y chinas. Tiraba de un convoy de 70 contenedores que, tras varios trasvases y cambios de ancho, había recorrido los 13.000 kilómetros entre la provincia china de Zhejiang y la capital española en 21 días.

Bruce Jones, director del programa de política exterior del instituto Brookings. / GORKA LEJARCEGI
Bruce Jones, director del programa de política exterior del instituto Brookings. / GORKA LEJARCEGI

Más que un negocio, la nueva ruta comercial es un símbolo del creciente énfasis puesto por China en el desarrollo de la conexión terrestre entre Europa y Asia, y, a mayor escala, de unas nuevas relaciones comerciales entre China y la Unión Europea. Para hablar de ese cambio de paradigma, el director del programa de política exterior del estadounidense instituto Brookings, Bruce Jones (Sydney, 1969) ha participado en una conferencia en la escuela de negocios ESADE, en Madrid.

Para Jones, el interés de China en mejorar sus relaciones con la UE está aumentando pese a la persistencia de la crisis económica. «Consideran, correctamente, que a pesar de estar en un momento de debilidad, Europa sigue siendo el mayor mercado del mundo», afirma. «Es una región con empresas bien administradas, alta tecnología y un bajo riesgo político. Lo que es más importante, no es un rival desde el punto de vista estratégico como puede ser EE UU».

Para el director del programa de política exterior de Brookings, este afán no hará sino aumentar. «Cuando China solo importaba recursos, fabricaba a bajo coste y exportaba, invertir en Europa le interesaba menos que en América Latina o África», considera. «Conforme va subiendo en su nivel de renta y reformando su política, Europa se va convirtiendo en cada vez más interesante».

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PAPEL EN SUDAMÉRICA
Las últimas dos décadas han visto como China ha tomado posición en países emergentes de África y América Latina, en busca de materias primas para alimentar una economía que se ha expandido a un ritmo alucinante. Para Jones, esto no va a cambiar, pese a que la economía del país asiático ha bajado el pistón. «El crecimiento chino aún va a necesitar enormes cantidades de materias primas y energía. Salvo que haya una gran revolución en el uso de renovables (que yo no veo probable), el país no tiene más opción que perseguir una amplísima malla internacional de acceso a fuentes de hidrocarburos», sostiene.

Algo sí es distinto. «China tiene un gran reto por delante: tiene que mantener esos flujos masivos de energía a la vez que cambia su demanda interna y fomenta la innovación», apunta. «Eso es muy difícil. Solo va a ser posible con grandes inversiones y adquisición de tecnología en EE UU y Europa». Según la consultora Baker & McKenzie, en 2012 el país asiático invirtió 18.700 millones de dólares (14.300 millones de euros) en Europa. En 2010, esa inversión no superaba los 6.100 millones. «Lo hace, fundamentalmente, para lograr acceso a la tecnología europea», considera. «Y creo que ha elegido Europa porque la ve como un objetivo más fácil».

Este cambio tiene un lado negativo. «Si la estrategia china fuera genuinamente bien intencionada, no habría ningún problema», cree. «Pero no estamos viendo eso. China tiene una agenda muy conservadora en lo social, con problemas de derechos humanos y muy expansionista en regiones como Asia Central. Me preocupa que Europa, especialmente en estos tiempos de crisis económica, mire a China en busca de inversiones y no sea capaz de ver los problemas que hay detrás».

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El reverso está en los países latinoamericanos, destino privilegiado de las inversiones chinas en las últimas dos décadas. «No creo que se vaya del todo, pero desde luego el continente no va a tener para China la misma importancia que hace diez años», sostiene. «Habrá retrocesos. Por ejemplo, en Venezuela las inversiones les han salido muy mal».

Hay excepciones. «El deshielo en Cuba puede abrir muchas oportunidades para las empresas chinas», apunta. «China ya tiene inversiones importantes en el país. Además, las empresas estadounidenses tienen reticencias en trabajar en países donde el Estado de Derecho es inestable, mientras que a las chinas eso les da bastante igual».

Un caso particular es la relación con Brasil, uno de los socios prioritarios de China a nivel global dentro del grupo de los BRICS (que forman ambos países junto con India, Rusia y Sudáfrica). «Los brasileños entraron en los BRICS con mucho entusiasmo, creyendo que sería su puerta de entrada a las organizaciones internacionales», recuerda. «Pero han visto que los chinos no hacen nada por sus intereses».

Jones considera que, pese a actividades como el flamante Nuevo Banco de Desarrollo, a los BRICS les separa mucho más de lo que los une. «Haciendo un juego de palabras, a esos bricks [ladrillos, en inglés], les falta argamasa», bromea. La consecuencia es que países como India y Brasil están realineando su política exterior. «Narendra Modi dijo que India y EE UU son aliados naturales», afirma. «Nunca antes un primer ministro indio había dicho algo así. Y Brasil está volviendo a acelerar su reconciliación con Washington tras el parón que supuso el caso Snowden».

RETOS POR DOQUIER
Este cambiante papel internacional es una nueva fuente de tensiones en una dictadura militar-burocrática que ya vive en un precario equilibrio sociopolítico. Tensiones que llegan al centro mismo del poder: el Partido Comunista. «La gente suele pensar que China es un monolito jerarquizado y no lo es», afirma. «Yo entiendo que hay una división fundamental entre los que creen que el enfrentamiento con Japón y EE UU es inevitable; en el caso de Japón, incluso deseable. Pero otra parte muy importante de la sociedad, el mundo de los negocios, cree que eso es una locura. Creo que [el presidente chino] Xi Jinping ha logrado consolidar su poder conciliando a ambas partes, permitiendo un potente rearme a la vez que intenta firmar un acuerdo de inversiones con EE UU. Pero es un equilibrio complicado. Puede que Xi esté apostando demasiado fuerte, y las tensiones pueden llegar a ser muy serias».

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Lo que es más importante: la expansión del papel global de China está limitado por su falta de capacidad de reacción. «Si pasa algo en, digamos, Mozambique, que afecta a intereses estadounidenses, EE UU tiene herramientas diplomáticas, de influencia en las instituciones internacionales, incluso militares, para intervenir», comenta. «China no tiene ni una décima parte de esas herramientas. Podría tener bases en Yibuti, por ejemplo, pero ¿qué barcos va a poner allí? En caso de una crisis, ¿podría reforzar su presencia? La respuesta es no. No tiene los recursos ni técnicos ni humanos para una posición militar en ultramar, y no se logra de un día para el otro: hacen falta 20 o 30 años».

«Van a ser unos veinte años muy interesantes para China», concluye. «Están necesitados de muchos cambios internos, muy expuestos a riesgos externos y sin las herramientas con las que enfrentarse a ellos».

Fuente: economiaelpais

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